Aquella gran mujer...


Mary Richmond fue una figura clave en “establecer las bases científicas para una nueva profesión”, el Trabajo Social. Por ese motivo, en 1921, recibió el Master of Arts en el Smith College y reconocimiento mundial por su incansable y fecunda labor.
Nació hace ciento cincuenta años, un 5 de agosto, en Belleville, Illinois, al inicio de la Guerra de Secesión. Sus padres murieron a causa de la tuberculosis y fue criada por su abuela y tías, que estuvieron fuertemente implicadas en los “movimientos radicales” de su tiempo. Así se crió en un ambiente de discusión sobre el sufragio femenino, la situación de la mujer, los problemas raciales, la religión, la política, la esclavitud. Su infancia no fue rica en bienes materiales pero sí “en ideas y libros” y fue su abuela quien la estimuló a leer, a pensar por ella misma y a sacar sus propias conclusiones.
Su adolescencia transcurrió en un país signado por transformaciones vertiginosas, donde tuvo lugar un movimiento filosófico, político, social y cultural de gran alcance. Un elemento clave del Movimiento Reformista fue la participación de las mujeres y sus luchas por la emancipación. El fin de siglo trajo importantes rupturas en cuanto a la dicotomía público-privado haciendo emerger una “nueva mujer”, que ocupa el espacio público reclamando autonomía y libertad. Así, la participación en organizaciones sociales y sindicales, fueron “convirtiendo” a la “visitadora social” y “trabajadora de la caridad” en activista política, profesional, investigadora y docente. Muchas de ellas tuvieron que optar entre su “vocación” y su destino de ser una “buena esposa” como alternativas irreconciliables. La mayoría no se casó, otras encontraron como compañeras de vida a otra mujer. Algunas fueron víctimas de las curas de reposo, un siniestro dispositivo terapéutico-disciplinar dirigido a aquietar los “cerebros inquietos”.
Mary Richmond tampoco se casó, rechazando algunas propuestas con motivo de la “tuberculosis de su familia”. Sin embargo, una de sus biógrafas afirma que a lo a largo de su vida mantuvo “amistades intensas y emocionales” con diversas mujeres. Entre ellas, la más importante fue Zilpha Smith, hija de una militante sufragista y antiesclavista, que se convirtió en su mentora, guía e inspiradora. A lo largo de su vida y de las cuatrocientas millas que las separaban, compartieron la pasión por la literatura, el trabajo social y el unitarismo. En 1893, Z. Smith le escribía: “Algo, quizás mi educación (...) me impide decir o escribir mi amor por usted, pero esto canta en mi corazón de todos modos” (E. Agnew, 2004).
Su formación fue fundamentalmente autodidacta debido a su difícil situación económica. Sin embargo, siempre estuvo en contacto con las universidades más prestigiosas y en diálogo permanente con pensadores y científicos de la talla de George Mead, John Dewey y los precursores de los métodos etnográficos, cualitativos, centrados en “la perspectiva de los actores”. Conoció también la obra de socialistas ingleses como Graham Wallas y Beatriz Webb.
Así, el pragmatismo filosófico, el incipiente interaccionismo simbólico, y la investigación disciplinar que desarrolló a partir del estudio de miles de casos serán los cimientos de su programa.
Uno de sus principales logros fue desarrollar los principios filosóficos y las bases para una profesión que surge con una intencionalidad “interventiva”, que supone una relación dinámica y dialéctica entre conocer-intervenir-transformar, integrando lo individual y lo colectivo, tomando en cuenta las relaciones sociales y el ambiente en el que está inmerso el sujeto.
Citando a una de sus ex alumnas, nos dice: “Pienso que el Servicio Social de Caso Individual vive y crece del mismo modo que la democracia, y posee en sí el poder de efectuar una revolución. En efecto, no puede existir una verdadera democracia sin este servicio”. Por ello su actividad profesional, como docente e investigadora, fue incesante.
En 1897, en Toronto, propone el primer plan de estudios para la formación profesional, resaltando el papel de la universidad y de la formación práctica. Contribuyó a la elaboración de reformas legislativas referidas al trabajo infantil, la creación de tribunales de menores y creó un comité de mujeres en el City Party, que luchaba contra la corrupción en el Consejo de la Ciudad. Frente a la Primera Guerra Mundial, estuvo a favor de la política de no intervención del presidente Wilson y creó un Home-Service para las familias de los soldados en el frente, realizando una gran contribución a la Cruz Roja a través de la capacitación y edición de un manual. Considerando que la discriminación hacia los inmigrantes era una grave violación a los derechos del hombre, fundó un comité de apoyo para familias extranjeras. En 1918, asumió la cátedra de Caso Social Individual, en la Escuela de Trabajo Social de Nueva York.
¿Por qué hoy, a cinto cincuenta años de su nacimiento, le rendimos homenaje? Su trayectoria, compromiso profesional, intelectual y militante bastarían para dar una respuesta, pero hay otras razones: adelantándose más de medio siglo, desarrolló un modelo teórico-metodológico, claramente comprensivista, basado en valores humanistas y democráticos, hoy de absoluta actualidad. Y porque al estudiar su obra, invita a quienes se dedican al trabajo social a volver, cada día, a elegir esta profesión.

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